CONTROLAR LA IRA: La importancia del control de las emociones
Las emociones se generan fundamentalmente en el sistema límbico o cerebro emocional
Está formado por estructuras corticales y subcorticales que se relacionan, con la expresión, regulación y control de las emociones.
La amígdala cerebral, pequeña estructura del sistema límbico, funciona como una especie de “director de orquesta”, cuya misión principal es el procesamiento y almacenamiento de las reacciones emocionales.
Nos permite asociar las experiencias que vivimos a sensaciones de gratificación o de aversión. Gestiona el miedo y las reacciones de lucha o huida.
El núcleo central de la amígdala es el que mayor participación tiene en la expresión de la respuesta emocional, tanto a nivel físico, produciendo sensaciones y reacciones fisiológicas, como conductual.
Las modificaciones corporales asociadas a la ira están guiadas por la parte del sistema nervioso que gestiona las funciones vitales de modo automático, es decir, fuera del control de nuestra voluntad.
Algunas de estas reacciones se observan en una peculiar expresión facial, crispación muscular, aceleración del ritmo cardiaco, aumento de la frecuencia respiratoria, subida de la temperatura, etc…
Pero, ¿por qué experimentamos ira?
Sin duda, tiene una utilidad para nuestra supervivencia, una ”parte positiva” que nos sirve para movilizar nuestra energía, motivarnos al cambio, nos da valor para respetar nuestro propio espacio, para no dejarnos pisar…
En sí, no es ni buena ni mala, sino que es su expresión y el uso que se hace de ella lo que marca la diferencia.
Hay que utilizarla siempre de manera constructiva
Herencia genética de nuestros ancestros, la ira tenía por objeto superar los obstáculos que se alzaban ante nosotros y amenazaban nuestra supervivencia.
Se muestra como una reacción pasajera a un obstáculo que encontramos en el camino y moviliza nuestra energía para que nos sobrepongamos a él: un atasco, un aparato que se estropea, un compañero que trama algo contra nosotros, nuestra pareja nos hace reproches constantes, nuestros hijos que desobedecen….
Podemos decir que hace su aparición CUANDO SE ESTROPEAN NUESTROS “PLANES”
Tengamos en cuenta, que las emociones están muy ligadas a los pensamientos
La ira resulta desagradable de experimentar y nos lleva a interpretar negativamente todo cuanto ocurre, lo que la alimenta y la hace crecer.
Por tanto, no sólo altera nuestra fisiología, sino que también modifica los pensamientos
Nuestras apreciaciones se vuelven sustancialmente negativas, los otros se convierten en imbéciles, incompetentes, malvados…
ERROR: creer que un hecho negativo provoca directamente malestar o ira excesiva
La realidad es muy distinta. Lo que en verdad nos enfada no es tanto lo que ha ocurrido (sucesos) sino lo que hemos interpretado (pensado) a cerca de estos.
LO IMPORTANTE NO ES LO QUE PASA, SINO LO QUE CREEMOS QUE PASA, lo que interpretamos
La ira comienza con malestar o irritación y poco a poco va aumentando hasta que, en algunos casos, estalla de forma explosiva.
El secreto para aprender a controlar la ira es conocer qué es lo que hace que, a partir de una pequeña molestia o irritación inicial, se llegue hasta una expresión de cólera explosiva y descontrolada.
SI DETECTAMOS LAS SEÑALES que nos indican CUANDO NOS ESTAMOS ENFADANDO Y PORQUÉ, tendremos la oportunidad de manejar nuestro nivel de rabia o enfado.
La gestión de la ira mejora si somos conscientes de ella, de lo que nos revela, si aprendemos a expresar las preocupaciones y necesidades de manera adecuada.
Trabajar la asertividad es una variable a tener en cuenta en este sentido
BUSCAR LA CALMA: las técnicas de respiración y relajación son muy convenientes, pasear, tomar el aire, hacer deporte…
Expresar y verbalizar ayuda a retomar su control, cuando digo que «estoy enfadado/a», ya estoy menos enfadado/a.
Escribir habitualmente nuestras emociones es una buena idea para ser conscientes de lo que nos pasa.
Todo ello tiene un positivo impacto en la gestión de controlar la ira